Ella tenía solo 16 años cuando se fue de su casa en un pueblo del occidente de Honduras para buscar su vida, y ahora mismo está llegando a las siete décadas y sigue impulsando su último emprendimiento, sin ninguna necesidad que no sea el avanzar, el no dejarse vencer por la inercia, el sacarle el dedo a la decadencia.
Cuando mi viejo enfermó y no se pudo levantar de su cama por una década entera, ella parecía foto siempre a su lado, dándole de comer, bañándolo, rasurándolo, peinándolo, con su vida en pausa. Y si alguien creía que es que ya se había jubilado, después de que él murió hizo una gira por Europa, empezó una nueva empresa, compró y remodeló la casa que alguna vez fue de mis abuelos, y siguió estudiando Inglés a pesar de las continuas protestas de su rebelde lengua, que se niega a doblegarse ante esos nuevos sonidos.
Lo que no nos dio en caricias o apapachos nos dio de sobra en ejemplo, en el que de verdad importa, en el de la vida diaria, y no por una semana o un mes, sino por décadas, y para ser más exactos, por toda la vida.
La abuela que hoy es no le debe absolutamente nada a aquella niña que soñaba con tener zapatos, con algún día tener un cuarto para ella sola y, por qué no, hasta un clóset para su ropa.
Cuando el mundo se me cayó encima hace poco más de una década, fue ahí donde me refugié, y fue en esa casa donde pasamos la tormenta, y aun hoy, cuando estoy por estrenar mis cincuenta vueltas al sol y las cosas me están saliendo mejor que nunca, me da mucha seguridad saber que ahí sigue ella, al pie de la bandera por si lo necesitamos.
Nunca me he atrevido a decirle mamá o mami, y en su lugar se me ocurrió fusionar su nombre, Vilma, con su apellido, Guerra, por lo que lo más cariñoso que he llegado a decirle es “vilguerra”.
Si alguna vez me voy a atrever a de verdad hacerlo no lo se, pues aun sigo explorando los límites de mi cobardía, pero aquí quiero dejar claro que cada vez que le digo así, lo que en realidad quiero decir es mami, y cada vez que me despido de ella chocando el puño, es un abrazo y un beso lo que en realidad quisiera darle.
Desde aquí hasta allá le mando un fuerte abrazo y un beso muy cariñoso, empaquetado en un enorme “gracias” por todo lo que siempre hizo y aun sigue haciendo por nosotros. ¡Te quiero mucho mami!